DAVID SANTILLAN | www.offarte.com
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                                     El poder del deseo y Las intenciones del arte.

“Ocurre en muchos Estados, hay legalidad porque se cumplen las leyes, pero no hay legitimidad” Giorgio Agamben. 

 

Como bien es sabido, en el ejercicio de configuración de las fuerzas que atañen toda la infraestructura simbólica del deseo, deseo por algo o alguien, debemos tener claro que, siempre y bajo la sombra esta oculto un otro ejercicio macabro de fuerza en eso que podemos denominar como poder, poder del deseo, deseo de poder, que finalmente y a expensas de ciertas circunstancias que alimentan ese fenómeno resultarían en el: poder para desear, entonces cual es el objeto del deseo, ¿el poder?

 

Ya que a su vez el poder te permite desear desmedidamente o porque el deseo requiere de micro-ejercicios de violencia, es decir requiere de dosis de poder y en este sentido de sometimiento, (someter al otro, yo me someto a tus deseos, tú te sometes a mi amor desenfrenado) es justamente en ese desmedido y delirante momento en que la relación con el otro, cualquiera sea este, (hombre-mujer, amigo-amiga, ser humano-animal, pueblo-líder) traspasa el equilibrio dado para enarbolarse como un ejercicio de fuerza, por tanto, diríamos que no existiría un ejercicio de deseo sin un oculto ejercicio de fuerza que lo sostiene, y en ese sentido desear también es arrebatar, también es someter, también es subyugar.

Visto así, la delgada línea que separa la democracia de la autocracia (entendiendo que la monarquía absoluta y la dictadura son las principales formas históricas de la autocracia), en la figura del dictocrata como el instrumento que viabiliza la concentración de poder sobre el simulacro auto fingido de una real democracia, en este momento, el deseo se vuelve ley y el gobernante se vale del control (de los poderes legislativo ejecutivo y judicial) violando claramente el principio de separación de estos poderes, para ejercer ese deseo ya no como objetivo inalcanzable o por lo menos aun no alcanzado, sino como utensilio de fuerza para poner a su alcance sus más recónditos deseos, por tanto los deseos bajo esa dicotomía dejan de serlo para consolidarse como objetivos alcanzados de forma violenta.

 

De Oscar Wilde nos viene dada la frase “ten cuidado con lo que deseas porque puede convertirse en realidad”, en la figura del todopoderoso líder de una autocracia, el deseo es realidad, incluso sus más bajos deseos son realidad. Por tanto, el deseo no existe y el abuso cuando se pierde el sentido deseante se torna cotidianidad, dado que se desdibuja el mito del deseo, como algo que no se puede conseguir o que hay que esforzarse para algún momento conseguirlo, y el cumplimiento de los deseos del soberano sin lugar a dudas son actos ya no de deseo sino de ejercicio de poder y por tanto de intimidación.

 

Es ahí cuando el buen arte (ese arte crítico, incisivo, corrosivo) hace su aparición ya que el arte por naturaleza tiene la misión de mantener el deseo latente, como forma filosófica-estética de subsistencia, en donde el mito, el tropo y la ficción son la carne de cultivo del artista en su devenir hacia un mundo posible, es entonces cuando el deseo es el alimento del artista en su utopía por el cambio, y en este sentido, esta es la base epistémica desde la que se articula el arte.
 

Es por ello que David Santillán, como artista del deseo, se afianza en su postura para criticar de manera absoluta con su arte, toda esa maquinaria inducida que destruye los deseos convirtiéndoles en obligaciones incrustadas por el autócrata de turno.

Entonces Santillán y su máquina de guerra, en un intento desesperado por los abusos del poder autocrático que transforma sus deseos en normas, consolida una trinchera estética la misma que gracias a sus dispositivos críticos enarbola todo un andamiaje reflexivo, el cual, sin lugar a dudas, y a pesar del alto nivel de riesgo, usufructúa de su poder creativo para robustecer una suerte de resistencia épica sobre tales infamias.

En Santillán finalmente está claro que no hay que tener tanto cuidado con lo que se desea sino más bien debemos observar el nivel de poder de quién lo desea, porque ahí es cuando el individuo se torna peligroso.

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